Fecundada de primavera, la grácil hembra teje, hacendosa,
para sus primicias, discreto acomodo.
Trajina ramas y ramitas, pajas y pajitas para su primera y escondida cuna, donde ya casi se mecen tenues trinos intuidos.
Otea y escudriña desde alcores, zarzas y hierbajos un consorte orgulloso; y con ojo avizor tensa la cuida de sus ovales frutos frente al traidor acoso de ladinos, raposos picudos o bípedos...
El macho, henchido de orgulloso gorgojeo, trina a sus recién píos desde un velado otero, acotando su espacio y territorio de poder y seguridad.
Entre tanto, zigzaguea la hembra, alocada cual colibrí, y busca el sustento entre brotes de frutos y gusanillos, que reptan aturdidos hacia su agujero huyendo del tajo plano de mortífera azada.
Sin alas, el humilde gusanillo, acepta su destino y viaja en pico hasta el voraz buche de recién nacidos, que bullen en nuevo, confortable y escondido acomodo nidal.
De un amor tres ovales; dos nacidos y uno que repetirá ciclo con mejor fortuna en próxima y nueva primavera.
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